Cuantofrenia: la obsesión por medir todo

Gonzalo Bilune | 2025-04-05
Cuantofrenia: la obsesión por medir todo

Siempre hablamos de métricas.

En el ámbito laboral, y especialmente en tecnología, la conversación sobre la importancia de medir lo que hacemos está siempre presente. Hablamos de KPIs, OKRs, dashboards, funnels, retention curves, NPS, velocity, lead time, uptime, SLAs, bugs resueltos, bugs abiertos, bugs reabiertos. Le dedicamos tiempo, reuniones, esfuerzo. Hay equipos enteros dedicados a eso. Y tiene sentido: lo que se mide se puede mejorar, dicen. Y sí, muchas veces es cierto.

Pero hay un desafío que aparece cuando llevamos esa lógica al extremo.

Ese extremo es la obsesión por medirlo todo. La idea de que si algo no tiene un número, no puede gestionarse. Que si no se puede cuantificar, no existe. Esta mentalidad, aunque suele partir de una intención legítima de mejora, puede llevarnos a una forma de trabajar que pone el foco solo en lo visible, dejando de lado todo lo que no entra fácil en una planilla. Y muchas veces, eso que no entra en la planilla es lo que más importa.

Hay un término para esto: cuantofrenia. Es una especie de fiebre por lo cuantitativo. Una dependencia casi adictiva por los números. Lo complejo es que no siempre se presenta como un problema. Se disfraza de eficiencia, de rigurosidad, de ciencia. Pero si no lo acompañamos con una mirada más amplia, puede vaciar de sentido lo que hacemos.

En el día a día, esto puede verse reflejado en equipos que cumplen con sus métricas, pero están desconectados del propósito. Personas que alcanzan todos sus OKRs, pero no sienten que estén creciendo. Iniciativas que salen en tiempo y forma, pero no generan impacto. Feedbacks que se resumen en una encuesta. Conversaciones difíciles que no se tienen porque “no hay data suficiente”.

Todo eso es parte de una tensión real entre lo que se puede medir y lo que no. Y si no la gestionamos con criterio, esa tensión puede volverse costosa: desmotivación, cinismo, pérdida de pertenencia, burnout silencioso.

Hay aspectos fundamentales del trabajo en equipo que no tienen métrica, pero son centrales para que las cosas funcionen. La confianza, por ejemplo. O el sentido de pertenencia. La energía que se siente cuando una daily fluye. La evolución de alguien que se anima a participar. El orgullo por una idea propia que llegó a producción. La seguridad de saber que podés equivocarte sin miedo. Todo eso importa. Muchísimo. Y no siempre se ve en los dashboards.

Esto no significa que haya que dejar de medir. Al contrario: medir es clave para mejorar, ordenar y alinear. Pero también hace falta equilibrio. Porque cuando la métrica se convierte en el fin, perdemos de vista el impacto. Optimizamos indicadores sin cuestionar si siguen siendo relevantes. Nos volvemos excelentes en correr más rápido, sin mirar si estamos yendo en la dirección correcta.

Creo que parte del desafío está en revalorizar lo cualitativo. No como algo “soft” o complementario, sino como un insumo esencial para liderar. Escuchar lo que no se dice. Ver lo que no está en el tablero. Confiar en la percepción. Detectar señales débiles. Acompañar con empatía. Todo eso también es gestión. También es liderazgo.

Y aunque sea incómodo, aunque no tenga fórmula, es lo que hace la diferencia.

Salir de la cuantofrenia no es dejar de medir. Es volver a preguntarnos para qué medimos, qué valor queremos generar, qué clima queremos construir, qué tipo de equipo queremos ser.

Porque muchas veces, lo más valioso no tiene número. Tiene nombre.


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